Pongamos en un hipotético caso que mañana mismo te destinan a Viena. Jamás has ido, pero gracias a tus viajes de Interrail por Europa, los findes románticos en París o Roma y los vídeos introductorios de los partidos de Champions y de carreras de F1, puedes hacerte a la idea de cómo es la capital austriaca. Lo mismo podría ocurrir con Bahamas; en tu vida has pisado nada medio cercano a dicha isla, pero los documentales de la 2 y los folletos de cruceros por el Caribe los tenemos todos en mente.

Sin embargo, cuando a uno le hablan de sitios como Dubái, Abu Dhabi o Qatar (me niego a escribirlo con C), ¿qué puede esperar uno? ¿cómo será la arquitectura, conservará vestigios de épocas pasadas como cualquier ciudad europea o será una metrópoli futurista al estilo Tokio? ¿Qué carácter impregnará a la población allí, esperas encontrar gente hosca proveniente de las profundidades del desierto o árabes amables ansiosos por abrir su país y cultura al mundo? Este fue uno de los principales motivos que me empujaron a tomar unas vacaciones por los Emiratos Árabes Unidos.

Emiratos Árabes Unidos es un país soberano constituido en monarquía federal de Oriente próximo, situado en la península de Arabia y compuesto por 7 emiratos. De ellos destacaremos Abu Dhabi (la capital) y Dubái (el más poblado y quizás más famoso). Lo primero que se me viene a la cabeza cuando aterrizo allí, y desde la más absoluta ignorancia, es que esta gente tiene el dinero por castigo. Y así es. A decir verdad, comencé mi viaje desde la cima, desde el que posiblemente sea uno de los eventos más exclusivos del planeta: el Gran Premio de Abu Dhabi de Formula 1.