Hay algo en las carreras de 24 horas que no se explica, se siente. No es solo velocidad, ni estrategia, ni siquiera resistencia. Es algo más profundo, casi espiritual. Son 24 horas de lucha ininterrumpida contra todo: el reloj, la fatiga, la oscuridad, el frío, la incertidumbre… y sobre todo, contra uno mismo. No hay máscaras ni artificios. Después de un día entero corriendo, solo quedan la verdad y el ruido de un motor que se niega a rendirse.

Cada curva, cada adelantamiento, cada error pesan una vida. Pero en una carrera de 24 horas, el tiempo se distorsiona. Aunque crees vivir una vida entera no es más que dos vueltas al reloj. Es un universo paralelo donde el amanecer no es un comienzo, sino un recordatorio de que la noche —esa asesina silenciosa— ya pasó, y sigues vivo. El coche ya no brilla, pero luce las cicatrices del combate: el frontal cubierto de goma fundida, la pintura comida por los mosquitos, los faros empañados por el sudor del esfuerzo. Cada vuelta es una muesca en tu revolver, cada parada en boxes, una batalla ganada o perdida.

Las luces trazan líneas imposibles en la oscuridad, los discos de freno arden como brasas, y el rugido de los motores se mezcla con el silencio del bosque, o del desierto. El piloto entra en un trance, en una suerte de conducción automática en la que no piensa, simplemente reacciona. Forma parte de un cuerpo mayor con el coche, las horas pasan sin fatiga. Todo se reduce a sensaciones: el peso del coche al frenar, el temblor del volante al pisar el piano, el eco lejano de un cambio de marcha en la madrugada. Ahí no hay público, ni glamour, ni cámaras. Solo hombres solos, dentro de una cápsula de metal y fluidos, guiados por el instinto y la fe en que el coche aguantará.

El amanecer llega siempre como una promesa. El sol corta la niebla y revela lo que queda: neumáticos en el alambre, mecánicos ojerosos, y miradas vacías. Pero también esperanza. Quedan horas, sí, pero ya no hay miedo a que la noche te engulla. Solo el deseo de cruzar esa línea, de escuchar la bandera ondear por última vez. No importa si eres un piloto profesional, un gentleman driver o un ingeniero que no ha dormido desde el viernes. En ese instante, todos forman parte de esa inteligencia colectiva, un solo ente latiendo al ritmo del motor.

Porque las 24 Horas no son una carrera. Son un ritual. Un desafío que pone a prueba el acero, la mente y el alma. Cuando cae la noche y los coches rugen a fondo, sabes que no estás viendo una competición: estás presenciando la esencia del automovilismo. La gloria no está en ganar, sino en sobrevivir. En resistir cuando todo dice que no deberías poder hacerlo.

Y al final, cuando la bandera cae y el silencio vuelve, hay un momento de quietud. Los motores se apagan, las manos tiemblan, y la fatiga se convierte en una sonrisa. Has estado en el infierno y has vuelto. Eso, y no otra cosa, es lo que significa correr durante 24 horas.

Nada se parece a conducir de noche en Le Mans, Spa o Nürburgring o, quizá sí; Ascari, Portimão, Almería, los hermanos desconocidos para aquellos gladiadores que no nacieron en palacio. Aquellos que viven el automovilismo como un sueño, pero quieren vivirlo desde dentro de un casco. Enfundado en sus guantes, con un mono de vivos colores y la promesa de vivir algo con lo que la mayoría sólo puede soñar.

Este texto ha sido escrito como para del regalo de boda de nuestro amigo Carlos Soteras, que se está casando con Macarena, en el mismo instante en el que se publica este artículo en honor a él y a su incansable locura de afición por todo lo que tenga ruedas y pelee por ser el más rápido.
Carlos es un apasionado de la competición y sueña con correr unas 24 horas, por lo que sus amigos hemos intentado darle un empujoncito con nuestra pequeña ayuda a modo de patrocinio.
Desde aquí le felicitamos y esperamos que pueda cumplir pronto ese sueño.
¡Felicidades, amigo!

De tus amigos:
- Alejandro Costa
- Carlos Alonso
- Carlos Forján
- Fernando Lázaro
- Francisco Carvajal y Sylwia Ewa Osowska
- Gabriel Satorre
- Gonzalo San José
- Javier Cepeda
- José Barroso
- Juan Muñoz y Carolina Fernández
- Juan Lasheras
- Jorge Toribio y Patricia Terceño
- Marco Cruzado y Alma Puche
- Óscar Martínez
- Raúl Ochoa
- Wenceslao García
Extra Lap
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