Uno no puede dejar de sentir cierta nostalgia al probar este coche; un pequeño pinchazo en el pecho por lo que las siguientes generaciones no podrán disfrutar.

Imagino un mundo en que la gente será transportada de forma autónoma por coches eléctricos cuyo único fin es prestar un servicio: aséptico, “económico”, aburrido… y entonces me dan ganas de subirme de nuevo al Ford Mustang Dark Horse, un deportivo a la antigua usanza —quizá el último de ellos a precio «asequible»—, equipado con un V8 atmosférico, un cambio manual, tracción trasera y diferencial autoblocante. ¡Maldita sea, no se puede pedir mucho más!
No es perfecto —luego entraremos en detalle—, pero creo que aúna de forma precisa lo mejor de dos mundos: lo análogo del “Muscle Car Americano” en declive, con la incipiente revolución tecnológica en su justa medida. Va muy bien equipado, tiene de todo lo que necesitas y mucho más, pero al mismo tiempo no cae (del todo) en la absurda moda de reemplazar todos los botones físicos por “pantallitas”. Es un coche consciente, centrado en su objetivo: proporcionar una experiencia de conducción en desaparición, una estética inconfundible que rememora tiempos mejores y la usabilidad de un coche de 2025.

En España los Mustang se ofertan únicamente con el motor Coyote V8 5.0 L, en versión GT (desde 63.000 €) o Dark Horse (desde 75.000 €). Este último, objeto de la prueba de hoy, es una versión más radical y “enfocada a circuito” que incluye un kit aerodinámico específico, llantas diferentes y más anchas, detalles en interior, exterior y logotipos diferenciadores, suspensión adaptativa MagneRide con ajustes específicos más duros (estabilizadoras más gruesas, refuerzos para dar mayor rigidez…) y unos 10 CV más que el GT. 453 CV en total.





















